Cabe esperar que en el intestino haya rotación, es decir, que tan pronto como se va una bacteria, haya otra lista para dividirse y ocupar su lugar, pero la cuestión es cómo nuestro intestinto se mantiene saludable con este plan de cambio constante. Una revisión publicada en ‘Trends in Microbiology‘, como parte de una edición especial sobre la resistencia microbiana, y realizada por investigadores españoles ha trabajado en buscar respuestas a esa pregunta.
Un creciente cuerpo de investigación indica que las diferentes especies de microbios cumplen las mismas funciones en el intestino, lo que garantiza la estabilidad frente a la constante alteración. Los seres humanos y sus microbios son parte de una antigua relación simbiótica. Las personas ofrecen a sus bacterias sus intestinos con un lugar para vivir y nutrientes para crecer, mientras ellas les ayudan a descomponer los alimentos y combatir a los invasores patógenos.
Los cambios diarios, como las comidas o el ejercicio, pueden hacer que algunos de estos inquilinos intestinales mueran, pero estas poblaciones han evolucionado para mantenerse estables, volver a crecer, o ser reemplazadas por bacterias que actúan de manera similar. Incluso con una puerta giratoria de especies bacterianas, los cuerpos de los seres humanos siguen funcionando normalmente.
No obstante, esto no siempre es así. Al menos 50 trastornos están asociados con microbios intestinales que han sido eliminados del equilibrio y muchos posibles tratamientos –desde los probióticos a los trasplantes fecales– depende de la idea de que la microbiota de una persona pueda cambiar a mejor. El problema es que incluso con las mejoras asociadas con estas terapias, éstas no son de larga duración porque hay algo que lleva al microbioma de un organismo de nuevo a un punto base.
“Usted y yo tenemos diferentes microbios en nuestros cuerpos, por lo que hay algún tipo de factores genéticos en el huésped humano que hacen a las personas más susceptibles de albergar determinadas bacterias –dice el coautor de esta revisión Andrés Moya, genetista centrado en la biología evolutiva en Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica (FISABIO)-Universidad de Valencia–. Sin embargo, no entendemos estas diferencias y es un área que necesita estudiarse más”.
Moya y el segundo coautor Manuel Ferrer, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), señalan que la mayor parte de su trabajo sobre los microbios del intestino se centra en analizar sus funciones individuales y la diversidad de los microbios intestinales en diferentes poblaciones.
Estos científicos explican que se sabe que las personas delgadas (bajo tratamiento antibiótico) y obesas tienen tipos intercambiables de bacterias relacionadas con la descomposición de azúcar o el procesamiento de carbohidratos, pero se desconoce el papel que juegan estas bacterias en la comunidad microbioma más grande.
Los investigadores se basan en este argumento para estudiar la microbiota humana como un ecosistema intestinal, concentrándose más en cómo funcionan las distintas especies entre sí y las propias células humanas. Trabajos recientes han demostrado una enorme transferencia genética entre las bacterias del intestino, lo que indica que han desarollado funciones básicas especializadas. Este enfoque de arriba hacia abajo podría ayudar a entender el papel que juegan estas bacterias en el cuerpo humano y lo que da lugar a síntomas clínicos cuando están en disbiosis.
“Cuando nacemos, no estamos solos. Ya tenemos diferentes especies bacterianas que están interactuando con nuestras células humanas. No son independientes, sino que están tratando de sobrevivir en nuestro intestino, formando algo así como una superespecie”, dice Moya, también investigador del Área de Genómica y Salud de la Fundación FISABIO. “El microbioma puede ser el último órgano humano en ser estudiado”, concluye.
Fuente: La Información