El “Escuadrón del Veneno”

Hace más de cien años, la industria de alimentos estaba regida por el caos. No existían los requisitos de etiquetado, ni pruebas de seguridad ni una buena información sobre los riesgos de la inclusión de aditivos.

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En la década de 1880, por ejemplo, los mercados de Estados Unidos estaban repletos de productos de mala calidad e incluso directamente perjudiciales.

Sin control gubernamental, los productores sustituían con ingredientes más baratos aquellos que aparecían en las etiquetas.

La miel era diluida con jarabe de glucosa o el aceite de oliva se producía, en realidad, con semillas de algodón, relata en su página web la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de Estados Unidos.

La situación requería un cambio, y gran parte de esa reforma es hoy en día atribuida a un científico llamado Harvey Washington Wiley.

Wiley, fichado por el Departamento de Agricultura como su químico jefe, persuadió al Congreso de Estados Unidos para que financiara con 5.000 dólares un proyecto para examinar los efectos de componentes químicos y alimentos adulterados sobre el organismo.

Wiley organizó en 1902 un grupo de 12 voluntarios jóvenes y sanos para que probaran en su propio organismo los efectos de esas sustancias potencialmente perjudiciales.

Y aunque él bautizó el proyecto como “los ensayos para una mesa higiénica”, fue un reportero del Washington Post el que encontró para ellos el nombre de “Escuadrón del Veneno”. El experimento se llevó a cabo en un sótano de la que era por aquel entonces la Oficina de Química del Departamento de Agricultura de Estados Unidos y los voluntarios empezaron a ingerir sustancias potencialmente peligrosas. Cada grupo de 12 hombres –fueron reclutando más a lo largo del experimento– probaba un conservante, y en los cinco años nunca faltaron voluntarios.

La comida consistía en platos típicos como pollo asado, estofado de ternera, espárragos con mantequilla, bollos calientes y pasteles de frutas frescas con café y crema. Pero lo que hacía única a esta dieta es que uno de esos platos incluía una sustancia de prueba elegida por Wiley, de una lista de conservantes altamente sospechosa utilizada a menudo en los alimentos.

A pesar del riesgo para su salud, todos los voluntarios firmaron exenciones absolviendo al gobierno de la responsabilidad por los posibles efectos secundarios por su participación en el programa, incluyendo la muerte. A cambio, ninguno recibía una paga extra, sólo tres comidas diarias ricas en aditivos.

Experimento

Antes de cada comida los miembros debían pesarse, tomarse la temperatura y comprobar la frecuencia del pulso. También se analizaban las heces y la orina junto a exámenes físicos semanales.

El objetivo era determinar hasta qué nivel los químicos eran retenidos, expulsados o modificados en sus organismos y si algunos síntomas podían ser atribuidos a ellos.

El primer ingrediente sospechoso que puso a prueba Wiley fue el bórax, un mineral que a principios de 1902 era uno de los conservantes más utilizados en alimentos y que hoy en día se utiliza en detergentes y pesticidas así como en joyería, pinturas, vidrio e incluso para adulterar heroína. Poco después se dieron cuenta que el bórax era el causante de numerosos dolores de cabeza, bajas de temperatura, náuseas y dolor abdominal.

Los experimentos fueron seguidos con gran interés por el público después de que el “Escuadrón del Veneno” se hiciera popular entre los medios.

Tras ver que los periodistas se las arreglaban para entrevistar al cocinero por la ventana de los bajos del edificio, Wiley empezó a dar a la prensa todos los detalles de su estudio. En los experimentos también se examinaron los efectos del ácido bórico, el sulfato de cobre, el nitrato de potasio, la sacarina, el ácido sulfúrico y el formaldehido, entre otros.

El científico puso fin a sus experimentos cuando algunos de los comensales se pusieron tan enfermos que ya no podían llevar a cabo ninguno tipo de trabajo debido a los vómitos, náuseas y dolores de estómago que sufrían.

Pero los resultados científicos de sus pruebas no fueron muy concluyentes, y Wiley acabó admitiendo que en muy pequeñas dosis, esos conservantes podían ser inofensivos, aunque insistió en que era su acumulación y la falta de control sobre ellos lo que podía suponer un peligro para la salud pública.

Al final, sus esfuerzos y la valentía de los voluntarios dieron sus frutos. En 1906, el Congreso aprobó las primeras leyes destinadas a la regulación de los procesos alimenticios. De las decenas de hombres que participaron del estudio, solo uno de ellos, Robert Vance Freeman, falleció durante los experimentos. Ocurrió en 1906 y la causa fue tuberculosis, que de acuerdo con todos los estudios no podía haber sido provocada por los ensayos.

El resto de los participantes conservaron un buen estado de salud. El último que murió, William O. Robinson, lo hizo a los 94 años, en 1979.

Fuente: REC