Nuevo biomarcador de riesgo vascular en enfermos con aPL

Los complejos inmunes aparecen como un nuevo biomarcador que analiza otra vía del síndrome antifosfolipídico. Su presencia en pacientes que reciben trasplante de riñón es un factor de riesgo de cualquier tipo de trombosis antes y después del injerto.

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Antonio Serrano, en el centro de la imagen, rodeado de su equipo: Margarita Sevilla, Florencio García Martínez y Laura Naranjo, a la izquierda. Óscar Cabrera, Daniel Pleguezuelo y Lola Pérez, a la derecha. (Mauricio Scrycky)

El síndrome antifosfolipídico es una enfermedad que aparece en personas portadoras de unos autoanticuerpos, los anticuerpos antifosfolipídicos (aPL), y que se asocia a la aparición de procesos trombóticos y vasculares, embolias, en el interior de los vasos sanguíneos. Englobados en los aPL, destaca por su relevancia en estas lesiones una forma concreta de anticuerpos antifosfolípidos: los IgA anti-beta-2-glicoproteína 1, los denominados inmunocomplejos aPL-B2GP1, que “se han convertido en un nuevo biomarcador de riesgo trombótico agudo en pacientes con síndrome antifosfolipídico, y muy especialmente en aquellos que se han sometido a un trasplante renal”, según ha explicado Antonio Serrano, de la Sección de Autoinmunidad del Servicio de Inmunología del Hospital 12 de Octubre, de Madrid, cuyo equipo de inmunólogos y nefrólogos ha publicado este hallazgo en Circulation.

El inmunólogo subraya que la relevancia es que se ha descrito un nuevo marcador que permite explorar un novedoso mecanismo patogénico de los aPL y, sobre todo, “es muy importante para identificar a los pacientes con bajo riesgo y alto riesgo con el objetivo prioritario de adoptar las medidas preventivas necesarias de una forma más personalizada“.

Este equipo describió hace años que en los pacientes con insuficiencia renal en espera de trasplante existía una elevada prevalencia, de hasta el 30%, de una forma concreta de anticuerpos antifosfolipídicos: los IgA anti-beta2-glicoproteína 1. “Durante el tiempo en el que el paciente estaba en diálisis, la presencia de estos anticuerpos se asociaba a la incidencia de eventos trombóticos y a la mortalidad. Además, cuando los pacientes que los portaban recibían un trasplante de riñón registraban una elevada probabilidad de desarrollar una trombosis del injerto, considerada como la peor complicación temprana del trasplante y que suele suponer la pérdida del órgano que se ha trasplantado”.

Atención prioritaria

Las nuevas investigaciones del equipo del 12 de Octubre han ahondado en el papel de estos anticuerpos, analizando la presencia de inmunocomplejos aPL-B2GP1 en sangre de pacientes que van a ser trasplantados de riñón. El dato clave es que los pacientes que tienen anticuerpos pero no inmunocomplejos presentan el mismo riesgo de trombosis que los negativos para el anticuerpo y que los eventos se concentran en las personas positivas para inmunocomplejos.

“La novedad es que la presencia de inmunocomplejos circulantes IgA unidos a beta-2-glicoproteína 1 (B2A-CIC) se ha asociado con eventos trombóticos en pacientes con anticuerpos antifosfolipídicos isotipo IgA. Así, la prevención de la trombosis debe centrarse principalmente en los que son positivos a B2A-CIC. Determinar estos complejos inmunes constituye una ayuda para concretar qué pacientes con estos anticuerpos tienen un riesgo elevado de desarrollar trombosis. Esta ayuda recobra mayor relevancia cuando van a recibir un trasplante”, considera Serrano.

Los primeros datos del relevante papel de los imunocomplejos aPL-B2GP1 fueron descritos hace tres años por el mismo equipo del 12 de Octubre, al estudiar la sangre de pacientes con síndrome antifosfolipídico. En el 80% de casos analizados que sufrían un evento agudo aparecían inmunocomplejos.

En el caso concreto de personas con insuficiencia renal terminal (IR), las investigaciones realizadas por los expertos evidenciaron que el 30 por ciento presentan aPL. Además, tienen trombos en los riñones cuando son trasplantados y presentan un alto riesgo de perder el órgano después del trasplante. El estudio que ahora publica Circulation se ha llevado a cabo sobre un grupo de personas con anticuerpos antifosfolipídicos y que iban a ser trasplantadas de riñón. En estos se realizaron determinaciones sanguíneas de inmunocomplejos antes del trasplante.

Pérdida del trasplante

Uno de los hallazgos es que después del injerto los que concentraban la mayor parte de los eventos trombóticos eran los que presentaban inmunocomplejos, lo que supone que “hemos descubierto un nuevo mecanismo patogénico, los inmunocomplejos, que hay que analizar con más profundidad, ya que están presentes desde antes de que aparezca el evento trombótico. Se trata de un primer paso para avanzar en el conocimiento de esta enfermedad. Para las personas que van a someterse a un trasplante de riñón, seguir con las investigaciones es determinante porque cuando la pérdida del injerto se debe a trombosis, ésta se produce en los días o semanas inmediatamente posteriores al trasplante”.

En este sentido, Serrano ha adelantado a DM que los inmunocomplejos también han empezado a estudiarse en otro tipo de trasplantes, pues se sospecha que su presencia y actividad podría estar presente en ellos. También se pretenden ampliar las investigaciones sobre población de riesgo a otras inmunoglobulinas, con la previsión futura de poder estudiar todas.

Una de las claves de este conocimiento para la asistencia clínica es que la prevención debe, por tanto, reforzarse de forma específica en los grupos que presentan inmunocomplejos positivos a B2A-CIC. Los inhibidores de la vitamina K o la heparina son los fármacos más usados en prevención, ya que la aspirina apenas tiene efecto, y son capaces de neutralizanr el riesgo. No obstante, y puesto que la anticoagulación no está exenta de riesgos, es esencial “discernir si se deben aplicar medidas preventivas a todos los pacientes con aPL. No se debe anticoagular a todos porque podrían dispararse los efectos adversos. Solo merece la pena asumirlos cuando el reisgo se considera alto”.

Riesgo anual acumulativo con función renal normal

Los anticuerpos antifosfolipídicos (aPL) fueron uno de los primeros factores de riesgo cardiovascular que se descifraron, descubriéndose en las determinaciones sanguíneas de los pacientes positivos en el primer diagnóstico de la sífilis y que, sin embargo, eran falsos positivos porque, en realidad, no tenían la enfermedad.

En estas personas se observó que padecían, con mucha frecuencia, trombosis, infartos cerebrales o infartos de miocardio, que se asociaron a la presencia de este anticuerpo. Posteriormente se comprobó que muchas de las que eran portadoras del anticuerpo tenían enfermedades autoinmunes, como el lupus eritematoso sistémico (LES), y que con frecuencia desarrollaban eventos trombóticos como embolias o trombosis profundas, entre otros.

No obstante, Antonio Serrano recalca que la presencia de aPL no significa que la persona portadora vaya a desarrollar un evento trombótico. Solo tiene una mayor probabilidad que el resto de la población.

El riesgo se ha establecido en un 5% cada año en personas con función renal normal. Al ser acumulativo, el riesgo de eventos cardiovasculares aumenta con el paso de los años. Pero esto “es similar a lo que ocurre cuando existen otros marcadores de riesgo cardiovascular, como HTA por ejemplo. Forman parte de las causas que pueden precipitar un evento. El riesgo se eleva al 12 por ciento cuando el paciente con aPL se somete a un trasplante renal. Por ello, es necesario buscar más marcadores adicionales que detecten con mayor exactitud la población de riesgo”.

Fuente: Diario Médico