La deforestación en el Amazonas facilita la transferencia de diversos patógenos de los animales silvestres a los seres humanos, advierte un estudio que analizó los problemas y actividades asociados con dicha práctica en la Amazonía brasileña y que dan lugar a lo que los autores llaman la “tormenta perfecta” para la aparición y resurgimiento de enfermedades infecciosas.
Los ecosistemas amazónicos juegan un papel importante en el control de las zoonosis y las infecciones transmitidas por vectores. Y los cambios causados en el bioma amazónico están asociados con eventos climáticos extremos no solo en la región sino también en el mundo, como sequías, olas de calor y frío y tormentas, por lo que lo que pasa en esa parte del planeta tiene efectos globales.
El “control” es roto por la deforestación, que da lugar a un mayor contacto entre la población humana y los animales silvestres que albergan patógenos desconocidos con el potencial de infectar a las personas.
Tanto la simple proximidad como el consumo humano de carne de animales silvestres pueden permitir que los patógenos animales “salten” a los humanos. Este “salto” es un fenómeno recurrente en la historia humana: muchas enfermedades humanas se originaron en animales silvestres.
Eso sucedió con el SARS-CoV-2, que dio este salto en un mercado de animales en Wuhan, China, presumiblemente desde murciélagos y pangolines, los principales sospechosos de haber servido como anfitriones del virus y causar el brote inicial.
Después de esa transferencia, si un patógeno encuentra condiciones favorables, la infección puede propagarse fácilmente entre los humanos. Un ejemplo es la fiebre amarilla, enfermedad tradicionalmente asociada con el bosque que se adapta fácilmente al entorno urbano.
Si bien muchos microorganismos tienen un bajo potencial epidémico en humanos, la abundancia de patógenos en la Región Amazónica indica que la aparición de nuevas infecciones en el bosque constituye una amenaza constante para la salud humana.
La investigación analiza puntualmente cada problema asociado a la deforestación, como cambios en el uso de la tierra, intensificación agrícola, contaminación del agua, construcción de hidroeléctricas y de caminos, además de problemas sociales como prostitución, hacinamiento y migración.
Y, en cada caso, describe las enfermedades y dolencias que causa. Si bien está referido solo a Brasil, sus resultados son relevantes para el resto de la Región Amazónica.
Así, en el caso del cambio climático, sus efectos en la salud pública varían desde la incidencia de enfermedades respiratorias hasta inflamación de los pulmones y cáncer.
Asimismo, las altas temperaturas y las precipitaciones constantes también pueden acortar el tiempo de desarrollo de las larvas de los mosquitos y aumentar la proliferación de estos vectores.
La minería, una de las actividades que causa la deforestación, puede favorecer la alta prevalencia de malaria y hantavirosis, enfermedades pulmonares y la incidencia de leishmaniosis cutánea.
El flujo migratorio, que actúa como causa y como consecuencia de la deforestación, puede contribuir a la aparición de casos de la enfermedad de Chagas en entornos urbanos y la recurrencia de otras enfermedades.
La reciente reintroducción del sarampión en la Amazonía brasileña por los refugiados venezolanos es un ejemplo de cómo la migración, combinada con la pobreza y la falta de medidas de control, puede favorecer la propagación de enfermedades infecciosas.
El artículo también describe cómo afecta la deforestación a los pueblos indígenas, a través de invasiones mineras, madereras y de acaparamiento de tierras, dejando a estos pueblos aislados vulnerables a enfermedades infecciosas, para los que muchas veces no están preparados inmunológicamente.
Igualmente, las prácticas agrícolas, que actúan como promotoras de la deforestación, están asociadas con la aparición de infecciones virales, bacterianas y parasitarias.Por ejemplo, diversos estudios relacionan la incidencia de malaria en algunas áreas amazónicas con las actividades extractivas, la deforestación y el desarrollo no planificado de nuevos asentamientos agrícolas.
El estudio es importante porque detalla la multiplicidad de impactos que la degradación forestal puede tener en la vida humana. Sin embargo, la ciencia ya estaba advirtiendo sobre los riesgos de la deforestación, dada la aparición frecuente de nuevos brotes, como el de fiebre zika y el actual causado por el SARS-CoV-2.
Hay muchas lecciones que aprender. La toma de conciencia dependerá de un proceso muy transparente y bien fundado de difusión de estas lecciones e información que pueda guiar las elecciones de la sociedad. Quizás la pandemia actual permita mostrar en un corto período de tiempo cómo la salud humana y la salud ambiental son inseparables.
Según el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE), aproximadamente 20% de la selva amazónica brasileña ya ha sido deforestada. Pero un estudio de proyección realizado por ese mismo organismo en 2018 advirtió que en una década la deforestación promedio en la Amazonía podría triplicarse, pasando de 6.900 km² a 25.600 km² anuales a partir de 2020, si el presidente Jair Messías Bolsonaro ejecuta sus políticas antiambientalistas.
Entre las recomendaciones que dan los autores destaca el llamado a una mayor participación de la sociedad civil en los asuntos ambientales. También señala el papel de los científicos para popularizar la ciencia y elevar la conciencia ciudadana sobre la importancia de preservar los ecosistemas amazónicos desde una perspectiva amplia, incluida la salud humana.
Controlar la deforestación significa preservar la biodiversidad y proteger la salud humana, pero para hacerlo se necesita la participación de diferentes profesionales e instituciones, incluidos el gobierno, agencias, universidades, instituciones de investigación, organizaciones no gubernamentales, escuelas y comunidades locales.1
Referencia
- Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.
Fuente: REC
Foto: Sergei Akulich on Unsplash