Todo el asunto es un gran escándalo. Y, lamentablemente, produce una gran confusión entre quienes más y mejor informados deberían estar al respecto: la población general. El 4 de junio The Lancet, una de las principales revistas médicas del mundo, retiró un estudio que generó alarmas sobre la seguridad de los tratamientos experimentales para la COVID-19 que se están realizando en diversos países con dos medicamentos: la hidroxicloroquina y la cloroquina, originalmente utilizados contra la malaria y hoy en tratamientos contra el lupus y la artritis reumatoidea.
Según The Lancet, la retractación del documento Hydroxychloroquine or chloroquine with or without a macrolide for treatment of COVID-19: a multinational registry analysis (Hidroxicloroquina o cloroquina con o sin macrólido para el tratamiento de la COVID-19: un análisis de registro multinacional), publicado el 22 de mayo se produjo a pedido de los autores del estudio. ¿La razón esbozada? “No pudieron completar una auditoría independiente de los datos que sustentan su análisis”. Como resultado, los investigadores Mandeep Mehra, del Hospital Brigham and Women (Estados Unidos), Frank Ruschitzka, del Hospital Universitario de Zürich (Suiza) y Amit Patel, de la Universidad de Utah (Estados Unidos), concluyeron que “ya no podemos responder por la veracidad de las fuentes de datos primarias”.
La publicación inglesa informa en un breve comunicado que “The Lancet se toma muy en serio los problemas de integridad científica, y hay muchas preguntas pendientes sobre Surgisphere y los datos que supuestamente se incluyeron en este estudio. Siguiendo las pautas del Comité de Ética de Publicaciones (COPE) y el Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas (ICMJE), se necesitan con urgencia revisiones institucionales de las colaboraciones de investigación de Surgisphere. El aviso de retractación se publicó el 4 de junio de 2020. El artículo se actualizará para reflejar esta retractación en breve”. Surgisphere es la empresa que compiló y analizó los datos para el estudio publicado el 22 de mayo. ¿Cómo es que los revisores científicos de la revista no notaron ninguna irregularidad antes de publicar el documento del 22 de mayo?
El punto es que esta retractación se relaciona nada más y nada menos que con dos drogas hermanas que han despertado enormes controversias en los últimos tres meses. Habrá seguramente quienes verán en toda la situación intereses comerciales, mientras que otros intentarán explicar la situación en base a argumentos políticos. Y es que Donald John Trump le está dando impulso al consumo de este remedio aún sin orden médica y hasta dijo que él mismo lo estaría consumiendo de manera preventiva; mientras que el presidente del Brasil, Jair Messías Bolsonaro, también salió en defensa del uso del medicamento, admitiendo que lo hace fuera de la evidencia científica, al punto de permitir la venta de la droga sin receta siempre y cuando la persona que la adquiera firme un documento a modo de consentimiento informado, en el que conste que el fármaco tiene efectos secundarios potencialmente riesgosos.
Muchos esperaban que la hidroxicloroquina, una droga relativamente barata y ampliamente disponible, pudiera ofrecer algunos beneficios. Los primeros estudios de laboratorio sugirieron que el medicamento, así como su relacionado, la cloroquina, podría interferir con la replicación del SARS-CoV-2, pero los ensayos en seres humanos no han sido concluyentes hasta ahora. De hecho, el 3 de junio un grupo de investigadores informó los resultados del primer ensayo clínico estándar acerca del uso de hidroxicloroquina para la COVID-19: el resultado es que la droga no ayudó a prevenir las infecciones mejor que el placebo. Otros ensayos clínicos, incluidos algunos que analizan los medicamentos como tratamientos, están en curso.
El punto es que el estudio publicado en The Lancet tuvo tanta repercusión por la cantidad de hospitales y enfermos involucrados, y porque luego de dadas a conocer sus conclusiones, la Organización Mundial de la Salud (OMS) suspendió temporalmente el brazo de su mega ensayo clínico Solidarity, que incluye la hidroxicloroquina. Solidarity tiene ya 3.500 voluntarios participando en él, en 35 países. La Agencia Reguladora de Medicamentos y Atención Médica (MHRA) del Reino Unido también frenó la mayoría de los ensayos en el país de hidroxicloroquina para tratar la COVID-19, hasta tanto se realizarán nuevas evaluaciones de seguridad. Y en Francia, donde se detuvo la inscripción a los ensayos clínicos, se les prohibió a los médicos recetar el medicamento fuera de los ensayos clínicos a personas con COVID-19.
En teoría, el estudio original de The Lancet se basó en datos de 96.000 pacientes de 671 hospitales en todos los continentes, y los resultados fueron claramente malos. Según la investigación, ni la hidroxicloroquina por sí sola, ni acompañada por un antibiótico, ni la cloroquina administrada de manera individual ni con otro antibiótico, tendrían efectos beneficiosos sino todo lo contrario. De acuerdo con el informe, la tasa de mortalidad era más alta entre quienes habían recibido esos medicamentos: 18%, en comparación con 9% entre los enfermos a los que no se les habían administrado. Además, aumentaba el riesgo de sufrir arritmias severas entre los primeros.
Pero algo a tener muy en cuenta sobre este trabajo publicado en The Lancet, más allá de la cantidad de pacientes y de instituciones de salud involucradas, es que se trató de un estudio de tipo observacional, no de uno experimental y aleatorizado. Y allí es donde entra a jugar la empresa encargada de recolectar y analizar la información.
Tal vez por lo concluyentes que eran las afirmaciones, el 28 de mayo, 120 investigadores firmaron una carta a The Lancet explicando ciertos aspectos del trabajo publicado que les generaban preocupación, justamente, temas relacionados con la calidad de los datos y su análisis. Los expertos externos le pidieron a la compañía que compiló y analizó los datos, Surgisphere, que explicara cómo había obtenido la información. Con el paso de los días, dijeron que la empresa no estaba cooperando y que no proporcionaba los datos que le pedían los auditores independientes.
Otros expertos externos plantearon preocupaciones similares sobre otro estudio, publicado en The New England Journal of Medicine el 1 de mayo, y que también se había basado en datos de Surgisphere que analizaron la seguridad de los medicamentos para la presión arterial en pacientes con COVID-19. A principios de esta semana, The New England Journal of Medicine emitió una “expresión de preocupación” sobre el documento, y también se comenzó a hacer una revisión independiente.
Las preocupaciones sobre los riesgos para la salud de la cloroquina y la hidroxicloroquina se basaron en pruebas más allá del documento de The Lancet. Anteriormente, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos advirtió que los medicamentos no deben usarse para el tratamiento de la COVID-19 fuera de un ensayo clínico o más allá de pacientes hospitalizados debido a los riesgos para la salud cardíaca. Un estudio observacional llevado a cabo en Brasil informó acerca del mayor riesgo de muerte por arritmias cardíacas severas, si las dosis de hidroxicloroquina administradas no eran bien controladas. Hay que admitir que, en este último caso, se les administraron a los pacientes dosis muy elevadas.
En medio de esta tormenta, la OMS anunció que retomará los ensayos de Solidarity vinculados con hidroxicloroquina y cloroquina, siempre teniendo en cuenta la seguridad de los mismos, la combinación con otros fármacos y las dosis a administrar.
Mucho ruido en un momento en el que la desesperación por dar con un tratamiento es mucha, y también la impaciencia. Pero si hay algo que caracteriza a la investigación científica y a los estudios clínicos de medicamentos y terapias, son el ensayo controlado, la búsqueda de la seguridad primero, de la eficacia después, y la incertidumbre. Es por eso que los estudios clínicos suelen tener cuatro y hasta cinco fases, y dar opiniones demasiado altisonantes antes de, al menos, llegar a la fase tres, es riesgoso. Nadie debería hacerlo. Ni los científicos que confiaron en los datos de una empresa, ni la reputada publicación cuyos revisores no parecen haber prestado mucha atención, ni la organización sanitaria mundial que no esperó a sus propios revisores para analizar los datos publicados.
Fuente: Perfil