El martes 8 de diciembre de 2020, Margaret Keenan, una adorable británica de 90 años, se convertía en la primera persona del mundo en recibir una vacuna contra la COVID-19. Han pasado casi cinco meses desde entonces y, a día de hoy, las diferentes campañas de vacunación por todo el mundo ya han logrado administrar las primeras mil millones de dosis.
En concreto, los datos registrados al 27 de abril de 2021 indican que se han aplicado 1.060 millones de dosis a 570 millones de personas, lo que significa que aproximadamente 7,3% de la población mundial ha recibido al menos una dosis. Este es, sin duda, un hito histórico sin precedentes, pero también representa un verdadero reto si se tiene en cuenta que, para controlar la pandemia, es necesario vacunar completamente al menos a 75% de la población mundial.
Si, como se dice, la práctica hace al maestro, mil millones de vacunas han sido un buen entrenamiento, un necesario aprendizaje del que se pueden extraer algunas lecciones importantes.
La ciencia ha superado todas las expectativas
Hace exactamente un año, se publicaba un artículo muy bonito pero totalmente erróneo, mostrando una proyección sobre cuándo estaría lista la vacuna contra la COVID-19 y especulando con que tendríamos que esperar hasta el lejano año de 2033. En aquel momento, y teniendo en cuenta el tiempo que se ha tardado en desarrollar otras vacunas, no parecía una presunción descabellada. Durante décadas se ha venido luchando científicamente contra muchas otras enfermedades y, en numerosos casos, aún se está muy lejos de alcanzar una solución tan eficaz. La enfermedad por el virus del Ébola, el VIH o incluso otros coronavirus –como los del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) o el del síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS)–, todavía no cuentan con una vacuna. La malaria mata cada año a cientos de miles de personas, especialmente niños, y a pesar de contar con docenas de candidatas, se ha tenido que esperar hasta esta misma semana para el anuncio de la primera vacuna en alcanzar una eficacia superior al 75%.
Disponer, no de una sino de varias vacunas seguras y con una alta eficacia, es un éxito científico maravilloso, similar a logros históricos como el programa Apolo, el proyecto genoma humano, el desarrollo de CRISPR o el descubrimiento de los primeros exoplanetas. Y sin embargo, aquí hay quienes siguen dudando, retrasando y poniendo trabas a la vacunación.
Los medios no lo están contando bien
En este sentido, esta semana se publicó un acertado artículo titulado Las vacunas contra la COVID-19 son una historia de éxito extraordinaria y los medios deberían contarla así. La cobertura mediática en estos últimos meses no ha estado a la altura. La búsqueda del clic, los titulares alarmistas, una preocupante falta de contexto y la tendencia generalizada a buscar el amarillismo están minando la confianza de la sociedad en lo que debería ser una verdadera celebración.
La cantidad de titulares confusos y alarmistas que han aparecido en relación a la seguridad y efectos secundarios de las diferentes vacunas han sido tan numerosos que no se corresponden con la realidad y los datos, sino más bien con la oportunidad y la visita fácil. En medio de una crisis sanitaria mundial, muchos medios han decidido que informar con rigor y datos no es rentable y que el miedo hace más caja. Mil millones de vacunas administradas, y aún se deben soportar titulares que buscan asustar, no informar.
Las dudas, los retrasos y las presiones anticientíficas son graves obstáculos
En Estados Unidos, 8% de las personas que recibieron la primera dosis no se presentaron en el centro de vacunación cuando les tocaba la segunda dosis. Ese porcentaje significa que millones de personas han cambiado de opinión en apenas unas semanas, y eso es muy preocupante. El tratamiento mediático, los mensajes alarmantes en redes sociales, la presión de los grupos antivacunas tergiversando la seguridad y eficacia de las vacunas e incluso las numerosas decisiones irresponsables de algunas autoridades sanitarias, pueden ser trabas importantes.
Incluso antes de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud reconoció que las dudas y vacilaciones ante las vacunas son una de las principales amenazas para la salud mundial. Ahora, cuando la salud de muchas personas depende de conseguir una vacuna o de alcanzar una protección adecuada mediante la inmunidad comunitaria, estos retrasos y titubeos son peligrosos y cuestan vidas e ingresos hospitalarios cada día.
Reparto muy poco equitativo
Otra lección decisiva que se puede extraer de la experiencia acumulada hasta el momento es que la desigualdad en la distribución mundial de las vacunas, “amenaza con frenar la consecución del objetivo de controlar la pandemia”. Más de la mitad de esas mil millones de dosis se han inoculado en solo dos países. Resulta triste asistir a una especie de carrera entre los países desarrollados por acaparar millones de dosis, mientras que las regiones con menos recursos muestran porcentajes de vacunación descorazonadores.
La vacunación mundial debería ser mucho más equitativa y no dejar a nadie atrás para evitar que aparezcan nuevas variantes que podrían saltarse la barrera de la vacunación.
Es además una paradoja de difícil solución: se están olvidando y dejando atrás a regiones muy pobladas, con sistemas sanitarios limitados, que son el caldo de cultivo perfecto para nuevas y más peligrosas variantes del SARS-CoV-2. En solo unos meses se podría asistir a una situación surrealista donde todo este esfuerzo en vacunar solo a los estados más ricos termine siendo inútil.
Fuente: REC