Cómo el mundo no advirtió la propagación silenciosa de la COVID-19

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La Dra. Camilla Rothe estaba a punto de irse a cenar cuando el laboratorio del gobierno llamó para darle el sorpresivo resultado del test: positivo. Era el 27 de enero. Acababa de descubrir el primer caso de COVID-19 en Alemania.

Pero el diagnóstico no tenía sentido. Su paciente, un hombre de negocios de una compañía de autopartes cercana, podría haber sido infectado por una sola persona: un colega que visitó Alemania proveniente de China. Y ese colega no debería haber sido contagioso.

La visitante se veía perfectamente sana durante su estancia en Alemania. Sin tos ni estornudos, sin signos de fatiga o fiebre durante dos días de largas reuniones. Pero les comentó a sus colegas que había comenzado a sentirse mal después de su vuelo de regreso a China. Días después, dio positivo para el SARS-CoV-2.

En ese momento, los científicos de la época creían que solo las personas con síntomas podían transmitir el SARS-CoV-2. Asumieron que actuaba como su primo genético, el SARS-CoV-1, el causante del síndrome respiratorio agudo severo (SARS).

“Aquellos que saben mucho más que yo acerca de los coronavirus estaban absolutamente seguros”, recordó Rothe, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital de la Universidad de München.

Pero si los expertos estaban equivocados, si el virus podía propagarse de portadores aparentemente sanos o personas que aún no habían desarrollado síntomas, las ramificaciones eran potencialmente catastróficas. Las campañas de concientización pública, los chequeos en los aeropuertos y las políticas de quedarse en casa si estás enfermo podrían no detenerlo. Es posible que se requieran medidas más agresivas: ordenar a las personas sanas que usen barbijos, por ejemplo, o restringir los viajes internacionales.

Rothe y sus colegas fueron unos de los primeros en advertir al mundo. Pero incluso cuando se acumularon pruebas de otros científicos, los principales funcionarios de salud expresaron una confianza inquebrantable en que la propagación asintomática no era importante.

En los días y semanas posteriores, los políticos, los funcionarios de salud pública y los académicos rivales menospreciaron o ignoraron al equipo de München. Algunos trabajaron activamente para socavar las advertencias en un momento crucial, ya que la enfermedad se estaba extendiendo desapercibida en iglesias francesas, estadios de fútbol italianos y bares de esquí austriacos. El crucero ‘Diamond Princess’ se convertiría en un presagio mortal de la propagación asintomática.

Las entrevistas con médicos y funcionarios de salud pública en más de una docena de países muestran que durante dos meses cruciales –y ante la creciente evidencia genética–, los funcionarios de salud y los líderes políticos de Occidente minimizaron o negaron el riesgo de propagación asintomática. Las principales agencias de salud, incluyendo la Organización Mundial de la Salud y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), brindaron consejos contradictorios y a veces engañosos. Una discusión crucial sobre salud pública se convirtió en un debate semántico sobre cómo llamar a las personas infectadas sin síntomas evidentes.

Este retraso de dos meses fue producto de suposiciones científicas defectuosas, rivalidades académicas y, quizás lo más importante, una renuencia a aceptar que contener el virus requeriría de medidas drásticas. La resistencia a la creciente evidencia fue una parte de la indolente respuesta del mundo al virus.

Es imposible calcular el costo humano de esa demora, pero los modelos sugieren que una acción agresiva y más oportuna podría haber salvado decenas de miles de vidas. A países como Singapur y Australia, que implementaron los testeos y el rastreo de contactos y pusieron rápidamente en cuarentena a viajeros aparentemente sanos, les fue mucho mejor que a aquellos que no lo hicieron.

Ahora está ampliamente aceptado que las personas aparentemente sanas pueden transmitir el virus, aunque persiste la incertidumbre sobre cuánto han contribuido a la pandemia. Aunque las estimaciones varían, los modelos que utilizan datos de Hong Kong, Singapur y China sugieren que de 30 a 60% de la propagación ocurre cuando las personas no presentan síntomas.

“Esta era, creo, una verdad muy simple”, dijo Rothe. “Me sorprendió que causara tal tormenta. No puedo explicarlo”.

Incluso ahora, con más de 9 millones de casos en todo el mundo y un número de muertos cercano a los 500.000, la COVID-19 sigue siendo un enigma sin resolver. Es demasiado pronto para saber si lo peor ha pasado o si una segunda ola mundial de infecciones está a punto de caer. Pero está claro que una serie de países, desde regímenes secretistas hasta democracias demasiado confiadas, han confundido su respuesta, juzgado mal el virus e ignorado sus propios planes de emergencia.
También es dolorosamente claro que el tiempo era un elemento crítico para frenar el virus, y que fue tristemente desperdiciado.

“Ella no estaba enferma”

En la noche del primer test positivo en Alemania, el virus parecía estar muy lejos. Se habían reportado menos de 100 muertes en todo el mundo. Italia, que se convertiría en la zona cero de Europa, no registraría sus primeros casos hasta tres días después.
Algunos informes de China ya habían sugerido la posibilidad de una propagación asintomática. Pero nadie había demostrado que pudiera suceder.

Esa noche, Rothe envió un correo electrónico a unas pocas docenas de médicos y funcionarios de salud pública. “La infección realmente puede transmitirse durante el período de incubación”, escribió.

Otros tres empleados de Webasto, la empresa de autopartes, dieron positivo al día siguiente. Sus síntomas fueron tan leves que es probable que ninguno haya solicitado el testeo o haya pensado en quedarse en casa.

Rothe decidió que tenía que hacer sonar la alarma. Su jefe, el Dr. Michael Hoelscher, envió un correo electrónico a The New England Journal of Medicine. “Creemos que esta observación es de suma importancia”, escribió.

Los editores respondieron de inmediato: “¿Qué tan pronto podrían enviar el paper?”.
A la mañana siguiente, el 30 de enero, funcionarios de salud pública entrevistaron a la empresaria china por teléfono. Hospitalizada en Shanghai, explicó que había comenzado a sentirse mal en el vuelo de regreso a casa. Mirando retrospectivamente, tal vez había tenido algunos dolores leves o fatiga, pero los había atribuido a un largo día de viaje.

“Desde su perspectiva, no estaba enferma”, dijo Nadine Schian, una portavoz de Webasto que estaba en la llamada. “Ella dijo, ‘OK, me sentía cansada. Pero he estado en Alemania muchas veces antes y siempre tengo jet lag’”.

Cuando los funcionarios de salud describieron la llamada, Rothe y Hoelscher terminaron rápidamente y enviaron su artículo. Rothe no habló con la paciente, pero dijo que confiaba en el resumen de la autoridad de salud.

En cuestión de horas, estaba en línea6. Fue una observación clínica modesta en un momento clave. Solo unos días antes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había dicho que se necesitaba más información sobre este mismo tema.

Sin embargo, lo que los autores no sabían era que en un suburbio a 20 minutos de distancia, otro grupo de médicos también se había apresurado a publicar un informe. Ninguno de los dos sabía en qué estaba trabajando el otro, una grieta académica aparentemente pequeña que tendría implicaciones globales.

Una sutileza académica

El segundo grupo estaba formado por funcionarios de la autoridad sanitaria bávara y la agencia nacional de salud de Alemania, conocido como el Instituto ‘Robert Koch’. En una oficina suburbana, los doctores desplegaron un papel mural y rastrearon las vías de infección usando lapiceras de colores.

El equipo, liderado por la epidemióloga bávara Dra. Merle Böhmer, presentó un artículo a The Lancet, otra revista médica de primer nivel. Pero el grupo del hospital de München se les había adelantado por tres horas. Böhmer dijo que el artículo de su equipo, que como consecuencia no fue publicado, había llegado a conclusiones similares, pero las redactó de manera ligeramente diferente.

Rothe había escrito que los pacientes parecían contagiosos antes del inicio de cualquier síntoma. El equipo del gobierno había escrito que los pacientes parecían contagiosos antes del inicio de los síntomas completos, en un momento en que los síntomas eran tan leves que las personas podrían ni siquiera reconocerlos.

La mujer china, por ejemplo, se había despertado en medio de la noche sintiéndose como afectada por el jet lag. Tratando de estar preparada para sus reuniones, tomó una medicina china llamada 999 –que contiene el equivalente a una tableta de Tylenol– y volvió a la cama.

¿Quizás eso había enmascarado una fiebre leve? ¿Quizás su jet lag era en realidad fatiga? Había buscado una chalina durante una reunión. ¿Tal vez eso fue una señal de escalofríos?

Después de dos largas llamadas telefónicas con la mujer, los médicos del Instituto ‘Robert Koch’ estaban convencidos de que simplemente no había reconocido sus síntomas. Escribieron al editor de The New England Journal of Medicine, poniendo en duda los hallazgos de Rothe.

Los editores allí decidieron que la disputa equivalía a una sutileza. Si se necesitó una larga entrevista para identificar los síntomas, ¿cómo podría esperarse que alguien lo haga en el mundo real?

“La pregunta era si ella tenía algo consistente con COVID-19 o si alguien hubiera reconocido en ese momento que era COVID-19”, dijo el Dr. Eric Rubin, editor de la revista. “La respuesta parecía ser no”.

El diario no publicó la carta. Pero eso no sería el final de la historia.

Ese fin de semana, Andreas Zapf, jefe de la autoridad sanitaria bávara, llamó a Hoelscher de la clínica de München. “Mire, la gente en Berlín está muy enojada por su publicación”, dijo Zapf, según Hoelscher.

“Sugirió cambiar la redacción del informe de Rothe y reemplazar su nombre por el de los miembros de la fuerza de trabajo del gobierno”, contó Hoelscher. Él se negó.
La agencia de salud no quiso discutir acerca de la llamada telefónica.

Hasta entonces, dijo Hoelscher, su informe había parecido directo. Pero ahora estaba claro: “Políticamente, este era un tema muy, muy importante”.

“Un absoluto tsunami”

El lunes 3 de febrero, la revista Science publicó un artículo que acusaba al informe de Rothe de “defectuoso”7. Science informó que el Instituto ‘Robert Koch’ había escrito a The New England Journal of Medicine para debatir sus hallazgos y corregir un error.
El Instituto Robert Koch rechazó repetidas solicitudes de entrevistas durante varias semanas y no respondió preguntas escritas.

El informe de Rothe se convirtió rápidamente en un símbolo de investigación apresurada. Los científicos dijeron que debería haber hablado con la paciente china antes de publicar, y que la omisión había socavado el trabajo de su equipo. En Twitter, ella y sus colegas fueron menospreciados por científicos y expertos de salón por igual.

“Un absoluto tsunami cayó sobre nosotros”, dijo Hoelscher.

La controversia también eclipsó otro desarrollo crucial fuera de München.

A la mañana siguiente, el Dr. Clemens-Martin Wendtner hizo un anuncio sorprendente8. Wendtner supervisaba el tratamiento de los pacientes con COVID-19 de München, que ahora eran ocho, y había tomado muestras de cada uno.

Descubrió el virus en la nariz y la garganta a niveles mucho más altos, y mucho antes, de lo que se había observado en pacientes con SARS. Eso significaba que probablemente podría extenderse antes de que las personas supieran que estaban enfermas.

Pero el artículo de Science ahogó esa noticia. Si el documento de Rothe había concluido que los gobiernos debían hacer más contra la COVID-19, el rechazo del Instituto ‘Robert Koch’ fue una defensa implícita del pensamiento convencional.

La agencia de salud pública de Suecia declaró que el informe de Rothe contenía errores importantes. El sitio web de la agencia dijo, inequívocamente, que “no hay evidencia de que las personas sean infecciosas durante el período de incubación”, una afirmación que permanecería en línea de alguna forma durante meses.

Los funcionarios de salud franceses tampoco dejaron lugar para el debate: “Una persona es contagiosa solo cuando aparecen los síntomas”, decía un volante del gobierno. “Sin síntomas = sin riesgo de ser contagioso”.

Mientras Rothe y Hoelscher se recuperaban de las críticas, los médicos japoneses se preparaban para abordar el crucero ‘Diamond Princess’. Un pasajero que había descendido del mismo había dado positivo para el SARS-CoV-2.

Sin embargo, en el barco, las fiestas continuaron. El pasajero infectado había estado fuera del barco durante días, después de todo. Y no había reportado síntomas mientras estaba a bordo.

Un debate semántico

Inmediatamente después del informe de Rothe, la OMS había hecho notar que los pacientes podían transmitir el virus antes de presentar síntomas. Pero la organización también subrayó un punto que continúa haciendo: los pacientes con síntomas son los principales impulsores de la epidemia.

Sin embargo, una vez que se publicó el artículo de Science, la OMS se metió directamente en el debate sobre el trabajo de Rothe. El martes 4 de febrero, la Dra. Sylvie Briand, jefa de preparación para enfermedades infecciosas de la agencia, tuiteó un enlace al artículo de Science, diciendo que el informe de Rothe era defectuoso.

Con ese tweet, la OMS se enfocó en una distinción semántica que nublaría la discusión durante meses: ¿La paciente era asintomática, lo que significa que nunca presentaría síntomas? ¿O era pre-sintomática, lo que significa que enfermó posteriormente? ¿O, aún más confuso, era oligo-sintomática, lo que significa que tenía síntomas tan leves que no los reconoció?

Para algunos médicos, centrarse en estas distinciones era como discutir sobre el sexo de los ángeles. Una persona que se siente sana no tiene forma de saber que está portando un virus o que está a punto de enfermarse. Los controles de temperatura del aeropuerto no detectarán a estas personas. Tampoco preguntarles acerca de sus síntomas ni pedirles que se queden en casa cuando se sientan enfermos.

Más tarde, la OMS dijo que el tweet no había sido concebido como una crítica.

Un grupo prestó poca atención a este debate: los médicos del área de München que trabajaban en la contención del clúster de la compañía de autopartes. Hablaron diariamente con las personas potencialmente enfermas, monitoreando sus síntomas y rastreando sus contactos.

“Para nosotros, fue bastante claro que esta enfermedad puede transmitirse antes de que los síntomas sean evidentes”, dijo la Dra. Monika Wirth, quien rastreó contactos en el cercano condado de Fürstenfeldbruck.

Rothe, sin embargo, estaba conmocionada. No podía entender por qué gran parte del establishment científico parecía ansioso por minimizar el riesgo.

“Solo se necesita un par de ojos”, dijo. “No hace falta ser un genio en virología”.
Pero se mantuvo confiada. “Terminarán dándonos la razón”, le dijo a Hoelscher.

Esa noche, Rothe recibió un correo electrónico del Dr. Michael Libman, un especialista en enfermedades infecciosas en Montreal. Pensaba que las críticas al paper eran apenas una cuestión de semántica. El paper lo había convencido de algo: “Es probable que la enfermedad eventualmente se extienda por todo el mundo”.

Parálisis política

El 4 de febrero, el comité científico de emergencia de Gran Bretaña se reunió y, aunque sus expertos no descartaron la posibilidad de una transmisión asintomática, nadie puso mucha atención en el documento de Rothe.

“Fue en gran medida un chisme”, dijo Wendy Barclay, viróloga y miembro del comité, conocido como el Grupo Científico Asesor para Emergencias. “En ausencia de una epidemiología y rastreo realmente robustos, no es obvio hasta que se ven los datos”.

Los datos llegarían pronto y de una fuente inesperada. Böhmer, del equipo de salud bávaro, recibió una sorprendente llamada telefónica en la segunda semana de febrero.
Los virólogos habían descubierto una mutación genética sutil en las infecciones de dos pacientes del grupo de München. Habían interactuado un breve momento, cuando uno le pasó un salero al otro en la cafetería de la compañía, y ninguno presentaba síntomas. La mutación compartida dejó en claro que uno había infectado al otro.

Böhmer había sido escéptica respecto de la propagación asintomática. Pero ahora, no había duda: “Solo se puede explicar con una transmisión pre-sintomática”, dijo.

Ahora, fue Böhmer quien hizo sonar la alarma. Ella dijo que rápidamente compartió el hallazgo, y su importancia, con la OMS y el ECDC. Ninguno de los dos organismos incluyó el descubrimiento en sus informes regulares.

Una semana después de recibir la información de Böhmer, los funcionarios de salud europeos aún declaraban: “Todavía no estamos seguros de si los casos leves o asintomáticos pueden transmitir el virus”. No se mencionó la evidencia genética.

Los funcionarios de la OMS dicen que tuvieron en cuenta el descubrimiento genético, pero no lo anunciaron. Los funcionarios de salud europeos dicen que la información alemana fue una de las primeras piezas de una imagen emergente que todavía estaban uniendo.

Los médicos en München estaban cada vez más frustrados y confundidos por la OMS. Primero, el grupo acreditó erróneamente al gobierno chino el alerta de las autoridades alemanas sobre la primera infección. Funcionarios del gobierno y médicos dicen que la propia compañía de autopartes hizo sonar la alarma.

Luego, el director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud, Dr. Michael Joseph Ryan, dijo el 27 de febrero que la importancia de la propagación asintomática se estaba convirtiendo en un mito. Y la Dra. Maria Van Kerkhove, líder técnica de la organización en la respuesta al coronavirus, sugirió que no había nada de qué preocuparse.

“Es rara pero posible”, dijo. “Es muy rara”.

La agencia aún mantiene que las personas que tosen o estornudan son más contagiosas que las personas que no lo hacen. Pero no hay consenso científico sobre cuán significativa es esta diferencia o cómo afecta la propagación del virus.

Y así, con la creciente evidencia, el equipo de München no podía entender cómo la OMS podía estar tan segura de que la propagación asintomática era insignificante.

“En este punto, para nosotros estaba claro”, dijo Wendtner, el médico principal que supervisa el tratamiento de los pacientes de COVID-19. “Esta fue una declaración errónea de la OMS”.

“Si esto es cierto, estamos en problemas”

El clúster de München no fue la única advertencia.

Las autoridades sanitarias chinas habían advertido explícitamente que los pacientes eran contagiosos antes de mostrar síntomas. Un conductor de autobús japonés se infectó mientras transportaba turistas aparentemente sanos desde Wuhan.

Y a mediados de febrero, 355 personas a bordo del crucero ‘Diamond Princess’ habían dado positivo. Alrededor de un tercio de los pasajeros y el personal infectados no presentaron síntomas.

Pero los funcionarios de salud pública pensaron que no era conveniente explicitar el riesgo de los propagadores silenciosos. Si poner en cuarentena a las personas enfermas y rastrear sus contactos no podía contener la enfermedad de manera confiable, los gobiernos podrían abandonar esos esfuerzos por completo.

En Suecia y Gran Bretaña, por ejemplo, se discutió sobre cómo sobrellevar la epidemia hasta que la población obtuviera la “inmunidad de rebaño”. Los funcionarios de salud pública temían que eso podría causar hospitales sobresaturados y muertes innecesarias.
Además, la prevención de la propagación silenciosa requería testeos agresivos y generalizados que entonces eran imposibles para la mayoría de los países.

“No teníamos una alternativa sencilla”, dijo Libman, el médico canadiense. “El mensaje era básicamente: ‘Si esto es cierto, estamos en problemas’”.

Los funcionarios de salud europeos dicen que se mostraron reacios a reconocer la propagación silenciosa porque la evidencia estaba llegando y las consecuencias de una falsa alarma habrían sido graves. “Estos informes se ven en todas partes, en todo el mundo”, dijo el Dr. Josep Jansa, un alto funcionario de salud de la Unión Europea. “Cualquier cosa que saquemos, no tendrá vuelta atrás”.

Mirando hacia atrás, los funcionarios de salud deberían haber dicho que sí, que estaba ocurriendo una propagación asintomática y que no entendían cuán frecuente era, dijo la Dra. Agoritsa Baka, una doctora senior de la Unión Europea.

“Pero hacer eso habría sido una advertencia implícita para los países: lo que estás haciendo podría no ser suficiente”, dijo.

“¡Dejen de comprar barbijos!”

Mientras los funcionarios de salud pública dudaban, algunos médicos actuaron. En una conferencia en Seattle a mediados de febrero, Jeffrey Shaman, profesor de la Universidad de Columbia, dijo que su investigación sugirió que la rápida propagación de la COVID-19 solo podría explicarse si había pacientes infecciosos con síntomas poco notables o sin síntomas.

En la audiencia ese día estaba Steven Chu, el físico ganador del Nobel y ex secretario de energía de Estados Unidos. “Si se la deja correr, esta enfermedad se extenderá a toda la población”, dijo recordando la advertencia de Shaman.

Luego, Chu comenzó a insistir en que los colegas sanos de su laboratorio de la Universidad de Stanford usaran barbijos. Los médicos en Cambridge, Inglaterra, concluyeron que la transmisión asintomática era una gran fuente de infección y aconsejaron a los trabajadores de salud y pacientes locales que usaran barbijos, mucho antes de que el gobierno británico reconociera el riesgo de los propagadores silenciosos.

Las autoridades estadounidenses, ante la escasez, desalentaron activamente al público a comprar barbijos. “En serio gente – ¡DEJEN DE COMPRAR BARBIJOS!”, tuiteó el cirujano general Jerome M. Adams el 29 de febrero.

A principios de marzo, mientras la OMS seguía insistiendo en que la transmisión asintomática era rara, la ciencia estaba avanzando en la otra dirección.

Investigadores en Hong Kong estimaban que 44% de la transmisión de la COVID-19 ocurrió antes de que comenzaran los síntomas, una estimación que estaba en línea con un estudio británico que puso ese número más alto, en 50%.

El estudio de Hong Kong9 concluyó que las personas se volvieron infecciosas aproximadamente dos días antes de que surgieran los síntomas, con un pico en el primer día de síntomas. Al momento en el que los pacientes sintieron el primer dolor de cabeza o de garganta, ya podrían haber estado propagando la enfermedad durante días.
En Bélgica, los médicos vieron esa matemática en acción, cuando la COVID-19 atravesó los hogares de ancianos, matando a casi 5.000 personas.

“Pensamos que al monitorear los síntomas y pedirle a las personas enfermas que se quedaran en casa, podríamos controlar la propagación”, dijo Steven Van Gucht, jefe del comité científico belga contra la COVID-19. “Llegó a través de personas con casi ningún síntoma”.

Más de 700 personas a bordo del ‘Diamond Princess’ estaban enfermas. Catorce murieron. Los investigadores estiman10 que la mayor parte de la infección ocurrió temprano, cuando los pasajeros aparentemente sanos socializaban y festejaban.

Los científicos del gobierno en Gran Bretaña concluyeron a fines de abril que del 5 al 6% de los trabajadores de la salud sin síntomas estaban infectados y podrían haber estado propagando el virus.

En München, Hoelscher se ha preguntado muchas veces si las cosas habrían sido diferentes si los líderes mundiales hubieran tomado el tema en serio antes. Comparó su respuesta a la de un conejo tropezando con una serpiente venenosa.

“Estábamos viendo a la serpiente y de alguna manera nos quedamos paralizados”, dijo.
Aceptación. O no Cuando la investigación se fusionó en marzo, los funcionarios de salud europeos estuvieron convencidos.

“Está bien, este es realmente un gran problema”, recordó Baka. “Juega un papel importante en la transmisión”.

A fin de mes, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos anunciaron que estaba replanteando su política sobre los barbijos. Llegaron a la conclusión de que hasta 25% de los pacientes podrían ser asintomáticos.

Desde entonces, los CDC, los gobiernos de todo el mundo y, finalmente, la OMS han recomendado que las personas usen barbijos en público.

Aun así, la OMS está enviando señales confusas. A principios de este mes, Van Kerkhove, la líder técnica, repitió que la transmisión de pacientes asintomáticos era “muy rara”. Después de una protesta de los médicos, la agencia dijo que había habido un malentendido.

“Honestamente, todavía no tenemos una idea clara de esto”, dijo Van Kerkhove. Aclaró que se había referido a algunos estudios que mostraban una transmisión limitada a partir de pacientes asintomáticos.

Los recientes anuncios en Internet confundieron el asunto aún más. Una búsqueda en Google a mediados de junio de estudios sobre la transmisión asintomática arrojó un anuncio de la OMS titulado: “Las personas sin síntomas rara vez propagan el coronavirus” (People With No Symptoms – Rarely Spread Coronavirus).

Sin embargo, al hacer clic en el enlace, se ofreció una imagen mucho más matizada: “Algunos informes indican que las personas asintomáticas pueden transmitir el virus. Todavía no se sabe con qué frecuencia sucede”.

Al preguntar sobre esas discrepancias, la organización eliminó los anuncios.

De vuelta en München, quedan pocas dudas. Böhmer, la médica del gobierno bávaro, publicó un estudio en The Lancet el mes pasado que se basó en entrevistas extensas e información genética para rastrear metódicamente cada caso en el clúster.11

En los meses posteriores a que Rothe hisopara su primer paciente, 16 personas infectadas fueron identificadas a tiempo. Todos sobrevivieron. Los testeos agresivos y el perfecto rastreo de contactos contuvieron la propagación.

El estudio de Böhmer encontró una transmisión “sustancial” de personas asintomáticas o con síntomas inespecíficos excepcionalmente leves.

Rothe y sus colegas recibieron una nota al pie.

Fuente: REC

Referencias:

6. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.

7. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.

8. Puede consultar el informe completo, en alemán, haciendo clic aquí.

9. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.

10. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.

11. Puede consultar el artículo completo, en inglés, haciendo clic aquí.